domingo, 13 de noviembre de 2011

La casa 1028


Algún tiempo atrás, en Quito, vivía una niña llamada Aurora.
Ella, era una jovencita muy simpática, sus ojos eran tan claros y azules como el cielo en pleno verano y su cabello tan rubio como el color que refleja el sol. Sus Familiares desde pequeña la llamaban Bella, Bella Aurora, así en todo lugar se lo conocía.
Bella Aurora pertenecía a una familia de buena posición, sus padres además de ser ricos, eran muy cariñosos y la adoraban, pues ella era la única hija que tenían. 
En el tiempo en que vivió Bella Aurora, la Plaza de la Independencia no tenía el monumento a la Libertad de hoy, sino una pila al centro y nada más, ni flores, ni árboles, estos fueron plantados a finales del Siglo XIX y mediados del Siglo XX como iniciativa del presidente Gabriel García Moreno, quien mando a convertir la plaza en un pequeño jardín al estilo francés para mejorar la fachada del casco colonial. Entonces en aquellos tiempos, en la plaza, se realizaban con frecuencia corridas de toros.
Una mañana entre los primeros días de diciembre, la familia de Bella Aurora asistió a la que había sido anunciada como una gran corrida. La tauromaquia era un arte que año tras año, mes tras mes tradicionalmente disfrutaban muchos de los quiteños.
Bella Aurora nunca había visto un espectáculo taurino, por ello sus padres decidieron llevarla a la gran corrida. Ella curiosa comentaba con su madre todo lo que pasaría cuando de pronto entre preguntas y murmullos, la feria había empezado, primero mientras se tocaban trompetas, salieron al ruedo los toreros para saludar al publico montados en bellisimos caballos, traídos desde España, con capas rojas y banderillas de colores en sus manos, al poco tiempo se despejo el ruedo y salió un toro negro, muy grande y robusto, que al verlo simplemente daba miedo. 
Como es normal, el toro dio una vuelta reconociendo la arena. Y luego de mirar a su alrededor, se acercó lentamente hacia donde Bella Aurora espectaba, fijamente la miraba mientras caminaba, pero la niña de inmediato se desmayó del susto, solto el brazo de su madre y cayo al suelo.
Sus padres no podían entender lo que pasaba con aquel toro, así que solo salieron de allí con la pequeña en brazos hasta su casa, unas calles abajo, donde intentaron curarla del espanto.
Mientras en la plaza se dice que aquel toro negro, cuando vio a Aurora alejarse, se desespero buscándola, y al no encontrarla, esquivo a los toreros y saltó la barrera, con su olfato dio con la casa de la niña, la casa 1.028. 
El toro se había enamorado. 
Furioso y desconcertado rompió la gran puerta de madera que daba a la calle,  los sirvientes lo vieron dar vueltas en el patio interno de la casa, de un brinco de pronto subió al corredor, olfateó por todas partes hasta que entró al dormitorio de Bella Aurora.
Cuando la niña lo vio, quiso huir, pero no tuvo fuerzas. Los sirvientes quedaron desconcertados y entre gritos solo se alcanzó a escuchar un grito más fuerte, el de Aurora mientras el toro la embestía.
De inmediato sus padres y empleados corrieron a ver que sucedía, el animal escucho ruidos y desapareció después. Se hizo humo. Nunca ni siquiera se lo vio salir.



Bella Aurora había quedado en el piso bañada en sangre. Ella falleció esa misma tarde, sus padres quedaron devastados, enterraron a su pequeña en una hacienda a las afueras y poco después abandonaron la ciudad

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